Aquí manda Mirta y el fusil

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Primero déjenme decirles que desde que el socialismo está en la silla no he tenido tiempo para el fastidio. Con los camaradas el país verdaderamente se transformó y además con eso de la revolución le hemos perdido el respeto a los ricos, a los profesionales, a los sabios, a los maestros, a los poetas y en fin, a toda persona por ilustre que sea que no cargue pistola, con lo cual ahorita es fácil ubicar a quienes tienen el poder, militares, policías y malandros. Y esto es en verdad algo igualitario porque no importan trayectorias, títulos académicos, libros publicados, análisis, manejos gerenciales exitosos, ahora manda quien porte una pistola, un revolver, una peinilla, una ametralladora y eso importa, porque ni siquiera hacen falta abogados porque la Ley es una sola, sí señor, como en el Coliseo Romano ahora la Ley es el pulgar pa’rriba o el pulgar pa’bajo.

Y el comprender esto a mi me ha dado una gran tranquilidad mental porque antes me la pasaba haciendo análisis sociológicos para convencerme y convencer a los demás que estábamos en una democracia sui géneris producto de nuestra idiosincrasia política, lo cual me obligaba a exigencias teóricas muy fuertes y en muchos casos fuera de mi alcance intelectual. Pero hace poco tuve una especie de Satori, una revelación que me mostró con claridad cómo son las cosas en realidad.

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Me fui al supermercado de Valle Hondo. Llegué a las diez y media de la mañana con el sol metido hasta en la chácara y con mis medias antivárices para aguantar de pie décadas de buen comer convertidas en sobrepeso. La cola serpenteaba pegada a las paredes pero la promesa de dos kilos de leche, harina de maíz, ocho rollos de papel sanitario, arroz y otras exquisiteces burguesas me templaron la voluntad y me dije en la intimidad que más trabajo pasaba Soljenitsyne en Gulab en colas donde solamente le daban una tasa de sopa de pescado viejo. Así que me dispuse a realizar el curso intensivo de recetas de cocina de necesidad extrema que dictan las amas de casa durante la espera, con los aliños de la inventiva popular y recordé que la “haute cousine” nació de la mesa de los pobres.

Como a las doce del mediodía pasó frente a nosotros con su uniforme de jefa, su cachucha de comandante y su mirada de autoridad indiscutida la señora Mirta, pero no recogieron las cédulas. No importa, dijeron mis compañeras de sol y espera, que si se hubiesen acabado los productos ella lo dice, quiere decir que estamos coronados. Hipótesis totalmente incierta porque a la una y media de la tarde ella se acercó y nos manifestó que la cuota de ese día se había acabado, información que había podido dar mucho antes.

Levantamos nuestras voces de protesta y solicitamos hablar con el gerente del Central o que nos trajeran a un oficial de la Guardia para que nos hiciera justicia. Un grupo más valiente quiso entrar para hablar con alguien dentro del local, pero en ese momento se impuso la autoridad, un joven se colocó en el medio de la protesta con su fusil, su uniforme verde y nos dijo que la autoridad civil era Mirta y la militar era él. Un montón de leyes, la mejor Constitución del mundo, cinco Poderes para que el pueblo este bien representado y defendido, para nada, todo el mundo asoleado, cansado y con hambre para su casa sin comprar absolutamente nada. Total, en este país mandan las armas y en las colas del supermercado de Valle Hondo manda Mirta y el fusil del guardia que respalda su autoridad.

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