El nuevo Presidente de la Corte Suprema de Colombia debuta asomando su hoja de ruta para el futuro del país. Dice que «el derecho no puede ser un obstáculo para la paz ni para el cambio social» porque «el derecho está al servicio del hombre» con tonos de ese teniente coronel que en Venezuela decía que «la justicia está por encima del derecho» … para luego tomarla por sus propias manos.
Confiesa que los métodos habituales de la guerrilla son «el asesinato, el terrorismo, la extorsión y el secuestro», pero afirma que ante ello hay que hacer «concesiones» por un «objetivo supremo» de paz.: ¿a cualquier precio?
No queda claro cual paz es su «objetivo supremo»: ¿La paz de los sepulcros de las víctimas del terrorismo? ¿La paz del mariscal Petain? ¿O la paz de cierto slogan político?
Luego suelta la perla escondida: «una cosa es ser narcotraficante y otra, serlo como fuente de financiación de una acción de rebelión» por un «ideal de la organización». Cuadra el círculo con: «el cumplimiento de los estándares internacionales que comprometen al país no puede condenar a Colombia a otro medio siglo de violencia».
Con tal apología a la relatividad de los derechos humanos se ubica en total solidaridad con Beijing, Teherán, Pyongyang, Riad, La Habana y Caracas. Por allí van los tiros.
Y remata diciendo que no hay que hablar de impunidad pues con justicia «transicional» hay castigos alternos como «acciones a favor de la comunidad». Con eso la mesa queda servida:
¿Qué mejor «acción a favor de la comunidad» que fungir de diputado o senador? Quizás la gran «concesión» guerrillera será no cobrar sueldo en esas posiciones.
Al poner al derecho en bandeja alservicio del hombre vale preguntar si el hombre de marras no terminará siendo un mandatario, llámese Santos, Samper…ó alias «Timochenko».
Su libreto jurídico recuerda uno que en su día impuso el actual embajador bolivariano en Bogotá, Presidente del mismo Tribunal Supremo que entregó la justicia de Venezuela a su actual tragedia. ¿Será que la verdadera función del embajador Rincón es inspirar a ciertos magistrados colombianos?
Luego de una cincuentenaria resistencia – tenaz y gallarda – a la traicionera, cruel y calculada ofensiva terrorista que nació en La Habana y se corona en La Habana; y luego que un sonado Ministro de Defensa de Uribe se jactó de haber reducido a esos facinerosos a su mínima expresión, cerca de una merecida extinción, hay que preguntar:
¿Para qué sirvió todo? ¿Por qué no se entregaron a la extorsión hace 50 años? ¡Pobre, Colombia, tanto nadar para ahogarse en la orilla!
